martes, 7 de julio de 2009

Pasado y presente (Faith)

Cuando la nave despegó del que había sido mi planeta me quedé mirando desde la cabina, hasta que desapareció. Atrás quedaba mi vida como la conocía hasta entonces. Estábamos en la nave que nos llevaría a otro planeta, uno desconocido para mí, muy lejos. El espacio era negro, lleno de estrellas, jamás había visto el cielo negro, para mí el cielo siempre había sido azul.
-Pensé que el cielo era azul…
-Tienes muchas cosas que aprender niña. El cielo es azul solo porque hay un sol cuyos rayos se reflejan en la atmósfera y le dan ese color.
-¿Atmósfera?
En ese momento la nave se sacudió. Mi maestro miró los controles, no parecía haber nada extraño en el radar. Su semblante parecía preocupado. Vi que cerró los ojos y se concentró. Había algo que no estaba bien… pero creo que él aún no sabía lo que era.
-¿Qué sucede maestro?
Él no me respondió y yo me dirigí hacia los controles de la nave. Cuando toqué el panel del control de mando sentí algo que hasta el momento no había sentido nunca, creo que pude distinguir toda la estructura de la nave, la vi como si fuera un mapa de luz, todos los circuitos, los cables, toda su composición… pero había un sector que no brillaba. Entonces me imaginé ese sector iluminado, como el resto de la nave, y las sacudidas cesaron de repente.

-Faith, no debes hacer eso nunca más.
-¿Por qué maestro?
-Porque ese poder está prohibido por la Orden.

Tenía siete años, y no volví a utilizar ese poder hasta pasado mucho tiempo.
Mi maestro me explicó por primera vez lo que era la Fuerza, después de ese incidente.

Estábamos entrenando en Coruscant, confieso que al principio lo odié. Había vivido en un planeta lleno de vegetación, la tecnología allí era inexistente, y pasar a vivir en un lugar donde no había un árbol me ponía muy mal. Mi maestro lo sabía, y por eso me tuvo mucha paciencia al principio. Con el correr de los días me fui acostumbrando, supongo que al principio le tenía algo de miedo a las máquinas, que irónico, no pasó mucho tiempo hasta que empecé a amarlas.
Los primeros meses fueron difíciles, extrañaba mucho a mis padres y aunque mi maestro era amable conmigo eso no me alcanzaba. Llegó un día en que me resigné. Mi maestro me había dicho que la Fuerza nos guiaba por caminos que nosotros mismos no entendíamos, pero que si así era su voluntad poco podíamos hacer por contradecirla. Quizás ese era mi destino.
Recuerdo que lo primero que reparé fue la computadora del maestro. Tenía una pequeña computadora portátil que llevaba siempre con él y que a pesar de desentonar con la tecnología del momento era útil todavía.
Mi maestro estaba muy enfadado, tenía que enviar un mensaje que parecía importante y la máquina no le obedecía.
-¿Puedo verla maestro?- le pregunté.
Él me la entregó y esperó pacientemente. Enseguida pude dar con el problema, fue fácil, solo tuve que ajustar unos archivos del sistema y la computadora volvió a funcionar correctamente. No fue como aquella vez, no utilicé la Fuerza para hacerlo.
-Listo, ya funciona.
Mi maestro me miró sorprendido.
-Los niños siempre tienen más afinidad con estas cosas…- me sonrió. Su rostro lleno de arrugas y su barba blanca me hacían recordar a la historia que me contaban mis padres sobre Santa Claus, un anciano que se colaba por las chimeneas el día de navidad y entregaba regalos a los niños buenos.

Me costaba horrores relacionarme con otras personas que no fueran mi maestro, se lo atribuyo a que desde pequeña solamente había conocido a mis padres, vivíamos muy lejos de las otras cabañas y no tenía amigos. Siempre me fue muy difícil hablar con otros niños, y creo que mi forma de ser los alejaba. Así fue como comencé a relacionarme con los droides.
-Hola maestro. Hola R2- mi maestro tenía un droide que usaba para pilotear su caza. Aunque nunca me hubiera imaginado a mi maestro piloteando, sabía que no salía sin su R2 en sus misiones. El droide me saludó y yo lo entendí, aún no sabía cómo pero entendía básicamente lo que quería decirme.
-Faith, ¿haz hecho las tareas que te encomendé?
-Sí, maestro.
Jamás lo desobedecí, así como jamás había desobedecido a mis padres.
-Tengo un regalo para ti- me dijo.
-¿Hoy es navidad?- le pregunté.
-¿Navidad? ¿Qué es eso?
-Es una festividad en mi planeta.
-Tu planeta es muy extraño.
Corrió su capa y vi que junto a su sable de luz traía otro.
-Esto es para ti, a partir de hoy comenzaremos a practicar con el sable- dijo y me lo entregó.
Ese día estuvo explicándome las formas básicas, admito que al principio no le entendí mucho, pero me fascinó el sable desde que me lo entregó.
-Algún día deberás confeccionar tu propio sable.
-¿Cómo se construye un sable maestro?
-El sable es tu alma, solo eso debes saber por el momento.

El “Cuando seas mayor” y el “Solo eso debes saber por el momento” eran sus frases favoritas, pero no las mías. Fue mi maestro durante cinco años, tenía doce cuando él murió. Me había dicho que no debía temer a la muerte, porque después de un tiempo todos pasábamos a ser uno con la Fuerza, era parte del ciclo de la vida. Lo extrañé mucho, él había sido como el abuelo que nunca tuve, y mi maestro, que me enseñó todo lo que sabía.
Luego de eso me llevaron a una academia, fue donde conocí a los padawan con los que estuve hasta formar parte de la tripulación de Maetel. A veces entrenaba con ellos, pero la mayoría de las veces entrenaba sola. Ellos eran un grupo bastante unido, pero yo no lograba integrarme, quizás porque estaba demasiado acostumbrada a estar entrenando sola con mi maestro.

Pero lo realmente importante, lo aprendí con el maestro Escipión. Él jamás me dijo que no usara mis poderes, además ya no había Orden para prohibirnos nada, aunque él no estaba de acuerdo con muchas cosas de las que opinaba la Orden. Tecnosincronización, ese era el nombre de mi poder y en la nave comencé a experimentar con él. No tenía problemas en dominarlo, y me encantaba usarlo. A Asoka no le gustaba mucho, creo que tenía miedo de que pudiera hacer explotar la nave o algo así, eso me causaba risa. Yo sabía que eso no podía pasar, era consciente de mi poder y lo sabía usar bien. Supe por qué ese poder estaba prohibido, porque era un poder que usaban los sith. Pero mi maestro decía que eso no tenía nada que ver, que el lado oscuro era algo que todos teníamos que conocer, porque era la forma de no caer en él, y yo estaba de acuerdo. De hecho estaba de acuerdo con muchas de las cosas que decía. Muchas veces había que realizar acciones que nos acercaban al lado oscuro, pero si eso era para un bien mayor, para proteger a nuestros amigos, eso estaba bien. Había veces en que no había opción, o que cualquier opción llevaba al lado oscuro, eso lo aprendí con Hope. El día en la cueva del sith, cualquier opción me hubiera llevado a enfrentarme a él.

Escipión fue el que me ayudó a confeccionar mi sable de luz, y me dio un cristal de su propio sable para hacerlo. Él fue el que me mostró que había algo más que el lado luminoso de la Fuerza, el lado que no había que temer sino conocer. Él me enseñó que había veces en las que había que desobedecer, que había situaciones en las que tenía que decidir por mí misma, utilizar mi propio criterio, tanto que un día me dijo “Hace lo que quieras” y para mí eso era más valioso que cualquier otra cosa porque significaba que él confiaba en mí. Él me ayudó a dominar estas visiones que tengo, este poder arcano que hace milenios que nadie usaba. Él me nombró caballero jedi, luego de que superé la última prueba: desobedecerlo.

Gracias maestro, sé que soy muy joven, y quizás me equivoque muchas veces, pero aún así sé que voy a hacer todo para proteger a mis amigos, así como lo hizo Kaleen, que arriesgó su propia vida para ayudarnos a todos. Gracias por su confianza, por hacerme saber que siempre va a estar ahí para ayudarme cuando lo necesite y gracias por ese discurso, fue muy emotivo, no podría haber pedido más.

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